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PIELES TURBIAS Las polaroids son cámaras de tiraje único que tras el posible flashazo dan un baño vital a la superficie de la foto, que a veces hasta sale algo manchada. Y eso le viene muy bien a las imágenes de Margarito Dela Guetto, que a lo lejos se intuyen guarras y cuando te acercas y te quitas las gafas de la ignorancia ves fotos despreocupadas que parecen sencillas (primitivas, las llama Margarito) pero que son salidas de una cabeza abstracta, creadora, que habla de identidades concretas con ramificaciones placenteras. Sin fijaciones, sin fijadores, sin fluidos seríamos piedras, minerales.

Sus fotos reflejan vidas sobreexpuestas de personas subexpuestas voluntariamente, lejos de los ecos de la realidad ajena. Son retratos a modo de bodegones turbios o naturalezas vivas, impresos en superficies de neblinas y luces llanas. O sea, lo contrario que solemos ver en los magazines de moda, en las webs de tantos fotógrafos atraídos por la brillantina del photoshop. Sabe crear un clima visual en miniatura que adecúa el formato a las formas de vivir de los retratados.

Me atrae su trayectoria porque captura lo que le sale de dentro, disparos sordos, y hasta sórdidos, como si el silenciador rápido de la mirada le saltara a la vista, le resbalara por la hipotenusa del encuadre tradicional, clásico, áureo. Su obra se asemeja a un tablero de ajedrez, a unas secuencias con cuadrículas donde la diagonal del alfil o tal vez el salto del caballo van comiendo, van ganando en cada jugada sin que nadie pierda. Es la paradoja de la imaginación.

Porque Margarito Dela Guetto construye una fotografía que tiene mucho de cuadrilátero, donde hay un solo púgil y un solo espectador. El espectador acaba atrapado por las cuerdas del momento. El fotógrafo es el púgil y cada pieza suya es un círculo vicioso del ojo, que produce fogonazos oculares. Igual que los escritores usan los labios del cerebro para lanzar llamaradas de frases imaginativas, el fotógrafo se sirve de un ex arte menor como es la imagen fija -aquí fotoquímica- para buscar satisfacciones de arte con mayúsculas. Y sentirse el astronauta con flotador que llevamos dentro para rehacer esas piezas con el rompecabezas de la mirada.

Y no nos olvidemos de la tipografía de su firma artística en cada polaroid, de cómo su marca onomástica, convertida en un tampón de látex, va dejando el sello de la tinta tatuada, haciéndola única. Qué atractiva es la naturaleza cuando ves nacer y crecer creadores al borde de los sumideros y de sus profundidades que ponen bajo techo la intemperie urbana. Afortunadamente la fotografía se está liberando de una vieja historia de estereotipos, de aburrimiento y dejando colar más vida actual en ella.

Por ello es tan importante la obra de Margarito dela Guetto con su propuesta estética de un buscavidas con estilo. Ante ella nos queda el regusto de tomarnos un zumo de eso que vemos en sus fotos, a la temperatura de los cuerpos, en plan sorbete caliente. O en frío, con hielo y burbujas con alcohol, cerca del mar, que Margarito es mediterráneo, imaginando el interior de una ola, antes de que la espuma la reviente, porque la invención es volátil, ya sea flotando en una tabla o pisando tablas de escenario, es la misma intensidad. Y cuando llega, se hace perenne. Él lo sabe e interpreta ese gran teatro que es la calle. Exhibe pensamientos visuales con personajes reales. Gracias a su capacidad estas historias cercanas y a veces irónicas el tiempo las convertirá en iconos contemporáneos.

Texto por Miguel Trillo